Texto tomado de la Revista Semana, número 14, agosto 10 de 1982.
Se cuenta que hace mucho tiempo un emperador lloraba inconsolable la muerte de su amada. Un mago tuvo la idea de recortar la silueta de la joven, articularla y proyectarla sobre un pergamino. El dolor del monarca según parece, pudo apaciguarse. Así dice la leyenda que nacieron los títeres y, con ellos, todos los titiriteros del mundo. Son viejos, pues, como la misma historia y guardan entre sus cartones, telas, varillas, peluches y aserrín buena parte de ella misma.
Desde sus comienzos, los teatrinos errantes, que se situaban en las plazas de pueblos olvidados, sirvieron para divertir a las gentes con sus farsas cómicas que ridiculizaban situaciones sociales y políticas del momento. El titiritero era entonces el juglar, el mimo o el acróbata y tanta fue su importancia que no sólo relegó al teatro a un segundo plano, sino que incluso se promulgo una ley para evitar el crecimiento de los grupos de títeres. Hoy, los artistas dedicados a este género y los muñecos mismos han sido olvidados, apartados del mundo de los niños por la televisión y el betamax. Sin embargo, quienes buscan al niño que esta amordazado dentro de cada uno, trabajan para rescatar el alma de los títeres y su valor como medio de expresión. Haciendo esta labor se encuentra un grupo de nombre singular: “La Libélula Dorada”. Conformado por Jairo Ospina, César e Iván Darío Álvarez. Nació hace seis años cuando los dos últimos quisieron buscar, para expresar lo que sentían y pensaban, una forma que abarcara todas las posibilidades que realmente cubren los títeres. Los hermanos Álvarez ingresaron a un curso que se dictaba en el Teatro del Parque Nacional. Iván Darío abandono el circo los Chavales y César la imprenta en donde producía gruesos cuadernos de facturas. Tiempo después, Jairo dejó los ruedos taurinos para ingresar al grupo. Los montajes a partir de ese momento, se fueron sucediendo con rapidez y éxito: “La niña y el Sapito”, “El Dulce Encanto de la Isla Acracia” y su última realización, “Sinfonías Inconclusas para Desamordazar el Silencio”. El encaramiento de su trabajo es significativo incluso a partir del mismo nombre del grupo. “La Libélula Dorada” – explican –asimilándola a la historia de los títeres, fue en un tiempo uno de los animales gigantescos que poblaron la tierra y “los libélulos” soñamos con restablecer su antiguo tamaño porque como no denigramos de nuestra profesión no nos gusta que se nos mire como a cualquier bichito. Libélulas hay además en todas partes del mundo donde se encuentra el agua dulce. Comúnmente se les llama, los caballitos del diablo y para escoger este nombre recordamos también que el diablo fue el primer librepensador de la historia. Por otra parte, la libélula es un insecto que sufre metamorfosis y la transformación y la búsqueda es un objetivo permanente del grupo”.
En su proceso de transformación “La Libélula Dorada” ha ido encontrando su propio lenguaje. Lenguaje que se articula a partir del títere y el teatrino convencional hasta su mezcla con la pantomima, buscando trascender las formas tradicionales. “Normalmente – dicen – el adulto lleva al niño a una función de títeres con la convicción de que se va a aburrir mortalmente. Nosotros pretendemos que eso no suceda. Porque si bien la superficie de la obra es fácil y apropiada para la mentalidad infantil, en el fondo hay conflictos de la vida real que obligan a pensar al mayor en algo más complejo. Cuando ambos se integran al espectáculo hay la posibilidad de que entablen un diálogo, una comunicación provechosa entre padre e hijo, por ejemplo. El humor y la risa son el elemento clave para unirlos”
A través de pequeñas historias, basadas en los clásicos cuentos infantiles, el grupo logra un montaje lleno de colores, con música cuidadosamente seleccionada que atrae por sus planteamientos sobre el bien y el mal, la lucha de clases, lo hermoso y lo feo. Así son las “Sinfonías Inconclusas para Desamordazar el Silencio”. Nacieron como una necesidad de superar el problema del idioma pues los integrantes de “La Libélula Dorada” están invitados este año a Francia al Festival de Títeres y Marionetas de Charleville Meziers. El silencio, encerrado en la pantomima, y los movimientos de los muñecos rompen la barrera del idioma.
Pero el titiritero parece que tuviera un sino ineludible, el de errar continuamente sin apoyo oficial, en búsqueda de un público que si le comprende. Tal vez por eso dice Juan Manuel Serrat: “Al caer la noche en el viejo coche guardará los chismes y tal como vino sigue su camino solitario y triste. Y quizás mañana por esa ventana que muestra el sendero nos llegue su queja mientras que se aleja el titiritero”.
Great post thaankyou