Actualizado: 5 may
Nació en Pamplona (Norte de Santander), pero pareciera que los años le hubieran robado “la bravura santandereana” y le hubieran dado a cambio, dulzura, tranquilidad y sabiduría. Es Germán Moure, un conocido director de teatro, quien con mucha sencillez y gran modestia empieza a contar una partecita lejana de su historia, en la que con intermitencia se dedicó al teatro de títeres.

Asegura que casi todas las cosas de su vida, durante un tiempo, fueron el producto de curiosas casualidades y por una de ellas justamente fue que de un momento a otro resultó siendo titiritero.
De muchacho, había visto las marionetas de muñocito en el Teatro del Parque Nacional; pero la cosa empezó tiempo después como en el año 59, cuando una mañana de domingo, asistió al Teatro Colón para ver una representación de títeres. En esa ocasión detrás del teatrito, estaban Gabriela Samper, María Roda y Beatriz Daza. Lo recuerda como algo muy bello visualmente. El teatrito era de madera y lleno de colores, elaborado por el Maestro Roda y los muñecos, con cabecitas y manos de cerámica por la ceramista Beatriz Daza, dos reconocidos artistas unidos en un espectáculo de títeres. Tras el teatrito, estaban Gabriela Samper, María Roda (esposa del pintor) y la ceramista. Una vez terminado el espectáculo, Germán no pudo resistirse a la magia de esos muñequitos de guante, que se perseguían y se daban cachiporrazos en medio de las carcajadas del público y corrió a meterse tras el teatrito para ver todo. Aquello en la intimidad del escenario. La cosa le gusto tanto, que al siguiente domingo fue a repetir la función y ese día por casualidad, tuvo que hacer su “debut”. “Yo me metí detrás a ver toda la cosa, porque allí hacían fuego, salían llamas y pasaban una cantidad de cosas. Y vi como hacían todas las cosas y como gozaban los titiriteros con eso. A la siguiente función, volví a meterme detrás, pero la cosa era que ya iba a empezar la función y ellos me dijeron: “mire usted, coja esto y cuando vayamos a hacer candela, nosotros le decimos pasito ‘ya’ y entonces usted mete el fósforo hasta zass, salga una llamarada… yo lo hice, y me pareció maravilloso. Así fue mi debut en el teatro de los muñecos”.

Después de su pirómano “debut”, Moure continuó un tiempo trabajando con ellos; pero desafortunadamente el grupo se disolvió rápido, pues era un colectivo de amigos que tenía esto como un Hobby. Terminado el grupo, Moure para quien los títeres habían empezado a ser algo ya muy serio se quedo sin punto de referencia; se dedicó entonces a hacer teatro infantil. Participó en un montaje titulado “El Oso Que No Era Oso” dirigido por Bernardo Romero Pereiro y posteriormente con Gabriela Samper y otro grupo de personas, realizaron varios montajes de las obras de Maria Clara Machado.
LOS TÍTERES DE “EL BURRITO”
Aunque ya para entonces Moure podía hacer gala de sus grandes virtudes como actor, definitivamente lo suyo, en ese momento era el Teatro de muñecos y continuó insistiendo. Se reunió de nuevo con Gabriela, quien “en sus treinta y pico”, le había dado “el arrebato” de hacer títeres y con Bernardo Kosher crearon entonces el grupo “El Burrito” y empezaron a adaptar obras del teatro infantil al teatro de títeres, como Pluff el fantasmita y la Brujita Buena.
El objetivo del nuevo grupo coordinado por Gabriela Samper, era el de ofrecer a los niños de Bogotá espectáculos de buena calidad, tanto de teatro de actores, como teatro de títeres y cuando Gabriela la nombraron directora del Teatro Cultural del Parque Nacional, empezó a cristalizar su sueño. El Teatro estaba en un estado lamentable y de todas maneras, no era el espacio más apto para realizar representaciones con los actores y por eso se dieron a la tarea de adecuarlo para este nuevo fin. “Era un espacio construido para niños, a mi me parece que la idea inicial, debió ser que los niños lo manejaran porque allí todo era chiquitico: los camerinos, el escenario, las sillas en las que no cabía una persona adulta y un foso pequeñito para la orquesta, entonces, se decidió ampliarlo y tapando el foso se logró darle más espacio al escenario para poder hacer allí teatro de actores.
“El Burrito” tenía dos frentes de trabajo, Gabriela se dedicó a impulsar el teatro infantil y Moure junto con Kosher y Carlos Parada (charliboy) continuaron con los títeres. Hacían funciones en el parque, pero además, consiguieron que la Universidad América les cediera el Teatro Odeón, que era de su propiedad para hacer funciones dominicales.
Los tres eran bastante empíricos, Kosher y Moure, habían compartido algunas experiencias con Fernando Gonzáles Pozo, un titiritero Bolivariano que había pasado en gira por Colombia. Pero además algunas orientaciones que él les había dado, no contaban para su oficio con nada más que su creatividad y sus ganas de hacer las cosas. “Hacíamos solo títeres de guante. Empezamos con la Brujita Buena, de Maria Clara Machado, era una obra que tenía mucho éxito. Pero después creamos otras cosas. Kosher hacía un circo muy lindo con payasos y yo hice también algo lindo –creo- que se llamaba “Teseo” la historia del laberinto y el minotauro, pero toda en títeres. Era interesante porque eran muñecos y sonido sin voces, La escenografía era muy extraña, pero tuvimos que inventar un laberinto vertical, pero muy bello… me viene a la memoria una imagen: Ariatna, a un lado, tirándole el hilo azul a Teseo, que lo iba enredando por todas partes para salir del laberinto… era muy bonito, todo el mito hecho muñecos”.
Un poco más tarde, a Gabriela Samper le ofrecieron un espacio en la televisión para realizar un programa infantil. Sin duda, sin desconocer el trabajo que esto le demandaría ella se dejó fácilmente seducir por la idea, pues era una forma masiva de llegar a los niños, a través de los muñecos llamó entonces a Moure, Kosher y Charliboy y juntos, se embarcaron en esta difícil pero novedosa iniciativa. “Gabriela nos llamó para que hiciéramos títeres en la televisión en vivo y en directo. Fue un tiempo largo y cada semana teníamos que hacer una cosa nueva. Era un trabajo duro y agotador porque semanalmente había que crear una obra, ensayarla y hacerle los muñecos y las escenografías. Como todo era a grandes velocidades, teníamos que improvisar mucho y también hacer algunas cosas muy absurdas, como destruir los muñecos para volverlos hacer. Los muñecos no se podían modificar, ni si quiera cambiar de color porque la televisión era el blanco y negro y entonces así los pintáramos siempre se veían iguales. Por eso fue que nos toco hacer tantos. La televisión en ese entonces era algo muy precario y el manejo de las cámaras era malísimo además nadie sabía producir un programa de títeres y las tomas eran completamente inadecuadas, a veces los muñecos casi ni se veían porque se tomaba era el teatrito. Nosotros somos nos dimos cuenta de que en televisión, no se necesitaba el teatrito. En ese programa, que se llenaba algo así como “El Burrito Presenta” hubo cosas buenas, pero también cosas malas. Lo que nos dejo todo ese agite de la televisión, fue una resistencia en los brazos lo que mezclamos con algunos consejos del bolivariano como agitar tantos los muñecos y no hablar tanta carreta. Pero además a nosotros tres, después de ese programa se nos creo una enorme necesidad de continuar en el trabajo y así lo hicimos por un tiempo muy largo. Nos partamos un poco de lo tradicional y empezamos a adaptar farsas picantescas medievales, tuvimos que luchar mucho para poder presentarnos pero lo hacíamos y hasta hicimos una gira por Caldas. Pero hay paró el burrito. La lucha no paró en nada porque estábamos empeñados en buscar cosas nuevas, pero fuimos muy tímidos, poco osados y nunca pudimos salir de los títeres de guante. (154)
2. LA EXPERIENCIA EN CÚCUTA
La vida se encargo de separar a los integrantes de “El Burrito”: Ksher, se enrumbó por otros caminos, Carlos se dedicó al teatro (y solo tiempo después continuó con los títeres y logró conformar un grupo estable llamado Teatrova) y Moure, volvió a su tierra.
Allí se vinculó a la Casa de la Cultura en Cúcuta y encontró nuevamente con quien trabajar. Estaba Ciro Villamizar estudiante de la Escuela de Teatro y Germán Ferrer, estudiante de la escuela de pintura, a pesar de los inexpertos, resultaron excelentes titiriteros.
Empezaron a trabajar