Por Iván Darío Álvarez
Encuentro celebrado en Buenos aires en la sede del grupo de títeres Agárrate Catalina, 2018.
“El punto de vista del arte y el de la vida son diferentes incluso en el interior del artista. El arte vuela en torno a la verdad, pero con la decidida intención de no quemarse. Su habilidad reside en encontrar en el oscuro vació un lugar donde el resplandor de la luz, sin haber sido perceptible antes, pueda captarse intensamente”. Kafka
Kafka enfrentó con ardor el arte, la vida y el mundo en el umbral de un siglo de entre guerras. Al igual que el tímido profeta en el trasegar de los asuntos cotidianos de nuestra vida, comprendemos que esos tres carriles de la existencia no siempre corren paralelos y también sabemos que para cada uno, la experiencia es además muy distinta. Parto de ahí, en este breve encuentro entre compañeros argentinos y colombianos, para tratar de entender nuestra propia historia como titiriteros colombianos y como sujetos de nuestra propia vida. Después de la existencia de Kafka, dos titiriteros locombianos en un amanecer de su vida en el planeta, asombrados, se dieron cuenta que no eran esa famosa cucaracha llamada Gregorio Samsa, sino La Libélula Dorada. Y cada hermano, era un par de alas de ese quiróptero insumiso que nació deseando convertirse en manos aladas y titiriteras.
El insecto que querían ser, en un delirio dúo les dijo: “por favor, no tengan relaciones “insectuosas”, mejor traten de ser fraternos en los caminos curvos de la vida y el arte que no son lo mismo, ni para sí mismos”. Entonces abrieron sus grandes ojos de Libélulos al mundo, y al hacerlo descubrieron los Hippies, los yippies, la paz, las flores, la dama de los cabellos ardientes en el mar de la iguana y el jardín epicúreo del doctor Freud, la contracultura, mayo del 68, Daniel el rojo, el “Chef” Guevara que, se quiso devorar la vida como pocos, en sus ansias quijotescas de cambiar el mundo, tomando mate, pero que, finalmente le dieron jaque mate, en la quebrada de Ñancahuazú.
Vino luego el anarquismo y el teatro, la poesía y la utopía, Artaud, Rimbaud, Stanislavski, Brecht, Grotowski, junto a El Acto Latino y El Biombo Latino. De repente éramos ya niños grandes de bigotes, barbas y cabellos largos, que se contagiaban del Corto Verano de la Anarquía, como la transgresora Emma Goldman o el heroico Buenaventura Durruti. A la par también nos contagiamos en las filas teatrales, militantes de Enrique Buenaventura, o su mejor discípulo, Santiago García. Ellos eran nuestros mayores teatristas, extraterrestres Marxianos y Guevaristas. Nuestras utopías sociales y culturales tenían fines afines, pero también medios y éticas diferentes, a la hora de señalar con el dedo la luna o el horizonte de la historia. En resumen eran buenas gentes de teatro, actores, dramaturgos, directores reconocidos, aventureros, locos y bellos a su manera. Nosotros los veíamos con admiración, aunque soñábamos un más allá, que las revoluciones rusa o española quisieron reinventar para toda la humanidad, pero que los poderes de nuevo les cortaron sus alas.
Ese imaginario rebelde, estuvo allí bailando en nuestras cabezas de insectos que, ahora volaban como titiriteros con sus manos aladas, en contra o a favor de los viejos, que nos contagiaron de teatro y utopía en una década generosa y prodigiosa. Y aquí permanecemos, después de ocho lustros cenicientos que nos transformaron en otros viejos titiriteros, y en una veterana Libélula, ya no Dorada, sino plateada.
Y hoy, en el nido de Agárrate Catalina y de la ardilla Adri, los visitamos en Buenos Aires. En esta tierra gauchita de Macedonio Fernández, o de ese ciego hechicero que heredó de él su verbo, su luz y su espada, y también de su padre libertario que fue su amigo y mentor, heredándole nos sólo amigos sino su biblioteca poblada de literatura y filosofía anarquista y que no hace muchos días, en otra biblioteca teatral en la Plata, Macedonio, nos recordaba que solo esa lucidez loca le concede al arte de la vida y la utopía, al decir como él: “Todo asunto para ser de arte ha de ser imposible”.
Muchas gracias hermanos titiriteros argentinos por estar hoy aquí, gracias García Lorca, gracias Javier Villafañe, gracias Maese Espina. Queda claro que estamos viejos, pero no vencidos. El sueño depositado en nuestras manos continua vivo, en medio del caos y el apocalipsis de nuestras geografías, pero continuamos a bordo de la nave de los locos, amando y remando en un mar de dulce de leche, a contra viento de todo lo que han inventado contra nosotros todos los gobernantes que nacen y renacen, para seguir desde el poder administrando la anti vida con toda su sapiencia tecno burocrática. Mientras cambiamos de mejores manos, seguimos en la Rebelión de los Títeres.
La responsabilidad con el mundo será para los niños y los viejos, como nosotros los nonos, los gnomos, las Alicias y los Momos, contra toda clase de gorilas. No, no hipotecamos nuestros sueños en el gran biombo universal de la utopía. Es imposible claudicar. Ese es el punto, pero no el final del asunto. Y después de la coma que sigue a la palabra por favor, que nadie se coma el cuento.
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