Otra forma de diversión en la Santa Fe de Bogotá del Siglo XIX, siguen siendo las celebraciones de diferentes fiestas religiosas como la Semana Santa, el Corpus (cuya procesión como se dijo antes se prohibió a partir de 1.877), la Fiesta de Navidad y Los Reyes Magos.
Entre estas fiestas, la Navidad para conmemorar el nacimiento del niño Jesús era la más alegre y duradera pues se extendía desde el 16 de diciembre, días en que se vestían los pesebres, hasta el seis de enero, día de Los Reyes Magos.
La expresión alegórica del nacimiento del Niño Dios, se manifestaba entonces al igual que hoy, a través de MUÑECOS, que en su conjunto constituían los pesebres o portales de Belén, tradición católica y muy española que nos llegó también con la conquista. Alrededor del Pesebre giraba toda la fiesta de Navidad, pues durante nueve días se rezaba en diferentes casas la Novena y cada noche, el anfitrión, llamado Alférez, debía costear los gastos de la infalible pólvora, así como los ocasionados por la fiesta posterior al rezo. En la Nochebuena se celebraba el mayor jolgorio en el que desde luego no faltaban los buñuelos con melado que se obsequiaban de casa en casa.
La parte central del pesebre estaba constituida por el establo con sus animales, la sagrada familia, los pastores y los reyes que van a adorar al niño; alrededor de esta "escena central" se colocaban toda suerte de imágenes que representaban pasajes cotidianos y bíblicos o algunos otros que estaban allí, puestas caprichosamente. El pesebre se convertía entonces en un gran motivo para dar rienda suelta a la imaginación, para jugar y escenificar diversas situaciones en una mezcla particularmente criolla. Con cierta nostalgia, Erminia, en un artículo publicado en el semanario el Zipa de 1.878, nos invita a ese gran país-pesebre de 1.840 en Santa Fe de Bogotá. "Las niñas de la casa han conseguido formar con laurel y musgo un monte, en cuya cima han colocado el pesebre. Las Santas imágenes, obra de un escultor quiteño, inspiraban devoción y amor y una multitud de ángeles con sus alas de plata o de blanquísimo algodón las rodean. (...) Una pastora amenaza caer sobre una casa puesta a sus pies, un inmenso ratón que parece huir de la mirada de un gato del tamaño de una cereza, los santos reyes que se acercan a la gruta pero tienen que detener el paso para que pase un obispo que lleva el santo viático (…) es necesario verlo todo. No nos salgamos sin reparar en los cerros formados con cáscaras de huevo, en los torrentes y en los lagos que el espejo imita tan bien; en las manadas de ovejas hechas de algodón, en la multitud de caracoles, conchas, gatos, perros, gallos, burros, bueyes, pastores, beatas, militares, indios, palacios, casas, iglesias y quintas… Es preciso ver la casa de la legación francesa que ostenta su pabellón esmaltado de flores de lis y en cuyo balcón están asomados el ministro y su esposa, veamos también la sala de baile, la tienda donde se venden sombreros, pailas, chocolates, velas, camisas y muñecas, todo más grande que la ventera. No nos alejemos sin mirar despacio la grande y fulgurante estrella que colgada de un hilo fino es una constante amenaza de destrucción, ni sin ver ese diablo (parte integrante del pesebre santafereño) el cual con sus ojos colorados y su vestido verde, infunde miedo a los niños y hace reír a los grandes”.[1]
Pero si para quien escribe las anteriores líneas, el Pesebre Santafereño de otros tiempos trae a la pluma asomos de añoranza, para el señor A.L. Moyne, diplomático francés, esta versión tan criolla del nacimiento de Jesús no deja de causar sorpresa y de parecer completamente insólita. "En las casas particulares los accesorios que acompañan a lo principal, ofrecen un verdadero atractivo a la curiosidad por la reunión de todo lo que el capricho más extravagante ha podido conseguir en muñecos y juguetes mecánicos en un bazar para niños. Así, escenas de una vida desde la huida de Egipto hasta su muerte en la cruz; el diablo que aparece y desaparece por un escotillón; una ermita con un capuchino que trae una niñita medio oculta en un haz de paja; procesiones, campesinos que bailan, artesanos que trabajan, hombrecillos de aspecto y rasgos grotescos, barcos que navegan por ríos y hasta ferrocarriles en marcha; en fin, para dar una idea del punto a que llega la fantasía excéntrica de los decoradores, añadiré que recuerdo haber visto una vez en el cortejo de los Reyes Magos, teniendo como éstos en la mano un cordón unido a la estrella, a un Bonaparte, perfectamente reconocible por su levita gris y su famoso sombrero; conjunto de cosas que resulta grotescamente cómico al verlas alrededor de la cuna del salvador".[2]
No había familia santafereña que no hiciese su pesebre y visitarlos de casa en casa constituía una inolvidable diversión especialmente para los niños. Claro, también lo era para los adultos, quienes eran algo peligrosos pues podían caer en la tentación de robar después de la visita, algunos de los más curiosos objetos del pesebre, por eso, se estilaba en la época que cuando el pesebre se exhibía la criada siempre estaba presente haciendo guardia, sobretodo para evitar episodios como el que narra don José Manuel Groot. "En uno de esos pesebres había un sapo muy curioso que se movía sobre una laguna de vidrio. Se enamoró perdidamente del animalejo una señora respetable y determinó robárselo. En efecto, estudió bien el lance y cuando le pareció que no la veían, le echó mano y se lo llevó al seno; pero ¡oh desgracia! tras el sapo vino una peña entera y cuatro casas, quedando por tierra multitud de gente que iba para Belén con canastos de huevos y gallinas".[3]
De hecho los pesebres se han constituido ya en tiempos de la república en todo un espectáculo -de alguna manera doméstico- pues para los bogotanos verlos de casa en casa era una gran entretención. Pero definitivamente resultaron mucho más espectaculares cuando se introdujo a ellos el movimiento a través de diferentes mecanismos y esto sucedió ya casi a finales del siglo, cuando también los avances de la ciencia y la tecnología irrumpieron en ellos, particularmente en los más grandiosos elaborados por las iglesias.
Seguramente por el gran éxito que éstos tenían, por el hecho de que se presentaban únicamente en esa época del año y porque eran una alternativa diferente a la ópera, los pesebres empezaron a convertirse gracias a su majestuosidad, su vistosidad y sobre todo su movimiento (en virtud del cual parecían más vivos), en un espectáculo "rentable" casi siempre a beneficio de las obras pías. En un aviso de Enero 13 de 1.879, se puede leer: "Gran Pesebre. Esta noche tendrá lugar en la carrera del Perú, a beneficio del indio Sacristán. Entrada general con asiento, 30 centavos".[4]
Ya en 1.880 los pesebres habían adquirido tal magnitud como espectáculo, que fácilmente entraban a competir con las óperas y otros géneros teatrales, espectáculos a los cuales parece ser lograron robarle el público. Así lo demuestran las siguientes líneas del semanario el Zipa, del 10 de Diciembre de 1.880: "En las últimas funciones se ha representado por primera vez "Los Miserables" de Víctor Hugo (...) hace notado un gran decaimiento de la concurrencia y es una lástima porque compañías como las que pronto nos dejarán, tardarán mucho en volver. No quedan sino dos funciones que presenciar. Aprovechemos pues la ocasión antes de quedar en poder de los pesebres".[5]
[1] Erminia “El Pesebre” en Periódico El Zipa de 1.878.
[2] A. de Moyne. "Viaje y estancia en la Nueva Granada".
[3] Groot, José Manuel. "Cuadros de Costumbres".
[4] Periódico el Amolador. Enero 13 de 1.879.
[5] Periódico El Zipa, Diciembre 10 de 1.880.
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