Iván Darío Álvarez
Magazín dominical número 1.074 del periódico Vanguardia liberal. Bucaramanga, 29 de diciembre de 1991.
Aunque siempre quede la sensación que todo pudo ser mejor, para la Libélula Dorada estos han sido tres lustros apasionadamente vividos. Labramos nuestra victoria contra la muerte y el silencio en un medio en el que sobrevivir es un heroísmo.
El tiempo, el trabajo y la palabra comprometida, nos sirven de conjuro contra la pobreza espiritual que nos circunda. Solo la disciplina y el libre criterio, pueden hacer del artista genuino un ser admirable; sabemos que el talento no se puede simular.
Los grupos creadores alternativos, si de verdad aspiran a serlo, deben evitar parecer un pabellón de lisiados, a los que el tiempo, como un agente destructor, mine inexorablemente su enclenque vitalidad. Es inútil pretender exhibir y querer vender lo que interiormente no se tiene. Es necesario entonces, luchar contra la miseria, la mezquindad y la pereza, aún a sabiendas de que en Colombia siempre se está creando al borde de la agonía.
Nosotros hemos querido ser libres en lo económico, escapando a las influencias comerciales y a los gustos dominantes del consumo cultural, no porque no necesitemos vender lo que hacemos, sino porque pensamos que en arte es una mentira sobrevivir de cualquier manera. Es una cuestión de principios estéticos, de dignidad.
También hemos querido ser libres en lo político, siendo críticos, sin jamás hipotecar nuestra libertad. No hemos servido a ninguna bandera, ni hemos cobrado cuotas de militancia a ninguna organización. Igualmente, del Estado, aunque hemos recibido pequeñas colaboraciones, nunca pretendimos parasitar, mendigar o ser su fiel apéndice. Preferimos vivir gracias al orgullo que da la imaginación a la respuesta espontánea de un público leal, que cree en nuestro esfuerzo, aunque sabemos que aún no le hemos dado lo suficiente. Sospechamos que cuando un público ávido lo espera todo, hay que dárselo todo.
Definitivamente quince años son un espejo. El termómetro que mide la sana dimensión de los sueños. No debe pues ser inútil o hasta embustero hablar de sí mismo, no por aparentar humildad en el reino de la vanidad. Es la certeza que nos señala el orgullo de ser lo que somos, sin aquellos pomposos delirios de grandeza que amenazan con ensombrecer la obra creadora. No queremos un rostro deformado por una vana soberbia, cuya mascara de seguridad sólo oculte el miedo. Estamos convencidos, gracias a la experiencia, que para ser grandes no necesitamos ser poderosos.
Queremos pues, que nuestra tarea sea noble en lo estético tanto como lo ético, más por el afán de ser mejores que perfectos. Fundamentalmente ese querer se nutre de disciplina y una voluntad crítica, como alimento que busca ante todo no auto- engañarse. Si anhelamos ser fuertes, es con el objeto que el amor a sí mismo, sea el centro real de una virtud guerrera, y no la pantalla luminosa que esconda un antiguo defecto paquidérmico. La Luz que buscamos es una luz interior, es una llama viva, no vacía. Dan fe de nuestro transcurrir, los viajes por pueblos y ciudades de Colombia, o los caminos de Europa, Brasil y México, donde ha ido quedando dibujado nuestro rostro como recuerdo en unos pequeño, en otros grande, de nuestro paso.
Ahora en esta segunda etapa, reemprendemos un renovado vuelo con los baúles de la experiencia. La meta es continuar creciendo, aventurarnos hacia lo desconocido, echar raíces y sembrar las semillas del conocimiento adquirido, para que otros hereden su savia y su vértigo. Queremos ser nido, junto con otros, de una fecunda historia, porque así como la experiencia no se improvisa, la tradición no se inventa. Nuestra tarea apenas comienza. Atrás quedan los cómplices perecederos que compartieron esta odisea, atrás quedan los enemigos vacuos, las ilusiones rotas, las esperanzas muertas, pero adelante va nuestro ideal y nuestro deseo de no desfallecer se pierde en el horizonte. Mientras no nos falten las alas, como libélulos soñar es nuestra utopía.
Quedan pues las obras, como testimonio viviente de un ejercicio sincero al servicio de la imaginación y la libertad. Con “La Rebelión de los títeres”, rendimos culto a la autonomía, a ese inobjetable deseo de querer ser uno mismo. A no obedecer a lo que se erige como natural y caprichoso. A escuchar la voz libertaria que nos pide ser autores de nuestro propio destino. Así fue como esa pequeña pieza se convirtió en una delicada metáfora de la voluntad libre y creadora de los hombres.
En “Los héroes que vencieron todo menos el miedo” fabulamos con el absurdo, conspiramos contra la lógica, jugamos con el humor y narramos una historia sin moraleja, sin buenos ni malos, sin vencedores y vencidos.
Con “El Dulce Encanto de la Isla Acracia”, retornamos a los juegos queridos de nuestra infancia, quisimos hacer renacer a los piratas, encarnando nuevamente su sed de aventura para así recorrer con ellos el paisaje amado de su locura, el mar, esa inabarcable patria de sus sueños, y de paso en esa travesía inolvidable, ir en pos de la conquista de un pedacito de tierra inexistente: La Isla Acracia, allí donde sólo la libertad es posible.
En “La Niña y el Sapito” invocamos el amor libre y sin prejuicios, ridiculizando los símbolos grotescos del poder. Les mostramos a los adultos unos títeres transgresores, plenos de poesía e ironía.
En “Las Sinfonías Inconclusas para desamordazar el Silencio”, el amor, la libertad y la fantasía volvieron rejuvenecidos de nuestros sueños para cabalgar en las anchas espaldas de la imagen y el silencio, como artífices de un lenguaje que intentaba seducir al espectador con formas plásticas y mímicas. Invitamos a los sentidos a ser los protagonistas de la percepción y la acción escénica.
Con “Los Espíritus Lúdicos”, hicimos un secreto homenaje al juego, al niño y al titiritero. Al juego por ser el sagrado territorio del gozo y el libre fluir de los sentidos. Al niño y al titiritero por ser los habitantes de tan sin igual mundo, en una tierra cada vez más agobiada por los delirios de la producción en masa, antiecológica y consumista.
Con “Ese Chivo es Puro Cuento”, recurrimos al pasado, a la memoria, al placer de narrar una vieja historia. Quisimos hacer majestuoso lo sencillo y con el espíritu de la justicia y la alegría populares, dar un aliento ético que inspire a todos los seres a luchar sin desmayo contra los desmanes de quienes solo conocen el lenguaje de la violencia a ultranza, en un país en donde la justicia ya no queda ni siquiera sus ruinas.
En todas estas obras inventamos una dramaturgia propia donde la técnica surgió como complemento, como añadidura poética o como elemento sustancial de la búsqueda seria e incansable por llegar al corazón de la belleza. En ellas van quedando impresas nuestras huellas, con sus éxitos y sus fracasos.
No sé si hemos perdido el tiempo, pero estamos seguros que actuamos sin más ambición que el arte, ese gozo sublime que apunta a o difícil, a lo eterno y que bien vale no sólo quince años, sino toda una vida.
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