Por Juan Manuel Roca (Poeta, narrador, ensayista y periodista)
Texto leído en el lanzamiento de la antología de obras “Delirium Titerensis” del grupo de títeres La Libélula Dorada publicada por Arango Editores en homenaje a sus tres lustros celebrados en el Teatro Popular de Bogotá.1991.
Esta es la única fiesta de 15 años que en lugar de vals tiene una presentación.
Vladimir Nabokov decía que siempre que se mencione la palabra realidad, esta debería ir entre comillas. Porque los espejos engañosos de lo real, los que nos devuelven el trasunto naturalista, esquivan una realidad otra, la que se esconde tras los objetos y los seres. Me gusta festejar los 15 años de La Libélula Dorada, que nunca han caído en la servidumbre de la inmediata realidad, sin por esto desconocer el entorno más cercano.
Son 15 años de entrecomillar las verdades absolutas, 15 años de ampliarnos un mundo, de mostrarnos cómo tras el cascarón o el mascarón de los poderes supremos, hay un universo imaginativo, un imaginario donde no caben reyes ni verdugos.
Son, repito, 15 años de celebrar su ninguna servidumbre intelectual a ningún poder, su ninguna servidumbre al facilismo. Durante esos tres lustros, César e Iván Darío Álvarez, han llevado a un rango artístico que rebasa el casi siempre adocenado teatro colombiano, un arte que en nuestro medio se ha mirado siempre de soslayo por aquellos que hablan de lo teatral en letras góticas, unos, en letras de neón y lentejuela, los más.
La antisolemnidad, ese poner la mosca en la nariz del orador, es un ingrediente que ha acompañado a La Libélula en su vuelo. Sólo si no somos celosos guardianes de la razón, o del poder, al recibir la invitación al reino sin regentes de Acracia, estamos en condiciones de recibir las obras de La Libélula Dorada. Por eso, repetir que los niños, o los que no han matado el niño de su adentro, la imaginación, tienen un pronto pasaporte a la ensoñación. Ensoñación que en el caso de este par de creadores a los que hoy festejamos, es proporcional al miedo que desaloja. Y como esto, que apenas es un apretado abrazo impreso, no quiere parecerse a un discurso, a un vade retro titerensis, antes que los títeres inicien una cruzada de burlas contra mí, pongo fin al papel que este par de espíritus lúdicos, y yo mismo, le han asignado a mi adentro: el festejo de 15 años de rigor y de belleza. De ellos dan cuenta el libro Delirium Titerensis, y por supuesto, los que estamos reunidos ya sabemos: la obra de un grupo que nos ha hecho gozar mientras han caído, como en un otoño de papel, 15 feroces calendarios.
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