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Dos ácratas con espíritus lúdicos

(Los treinta primeros años de la Libélula Dorada)

Octavio Arbeláez


“Cuando hice mi primer títere, fruto del azar y la imaginación torpe, el pequeño fantoche de papel descolorido y grotesco fluyo ante mi sorpresa como viento huracanado. Poseyó mi mano y al depositar en mí su destino me condeno a ser el ojo secreto que vigilaba y dirigía todos sus actos. ¡Es extraña la sensación de ser un Dios tutelar! Desde entonces comprendí por qué el titiritero ocupa una misteriosa parcela de lo sagrado, pero con la sonrisa oculta del bufón.” (Iván Darío Álvarez – El titiritero y su doble).


Para todos los que asistíamos a la representación de “Los espíritus lúdicos”, teatreros de ceño adusto, niños y niñas alborozados, críticos desconcertados, y un público que no quería dejar de aplaudir, el encuentro de “ese trotecito que risa me da... jajaja... jajaja,” presenta las aventuras de dos simpáticos hermanos, Tito y Tato, en el reino del juego, un país maravilloso donde la Emperatriz es una inmensa sonrisa, removió cualquier preconcepto que sobre el teatro de títeres pudiéramos tener.


César Santiago Álvarez e Iván Dario Álvarez. Foto de Dagoberto Moreno

Los titiriteros – actores nos proponían un viaje por el mundo de la imaginación, de la mano de su credo libertario, y el mundo de la anarquía en un contrapunto con las tendencias predominantes del teatro colombiano, inscritas en los discursos convencionales de la vieja izquierda. Después del asombro inicial escuchamos a esos poetas anarquistas tomar la palabra un poco con esa retórica tan car a los artistas colombianos, pero con otras visiones del mundo y de la manera de percibir el oficio, tal vez prefigurando lo que serían las maneras de ese trío de forajidos, en el que destaca el pirata Malatesta, que realizan una travesía para rescatar el tesoro de la libertad en “El dulce encanto de la isla Acracia”, consiguiendo involucrar al público en el universo casi cortazariano del burla – burlando que consigue que nuestros héroes preserven el tesoro más preciado para la humanidad.


Y es que estos “ libélulos” han tenido el coraje de subvertir los lugares comunes más estereotipados del teatro colombiano, especialmente en su época política, y han conseguido, como lo señala González Cajiao “El deliberado propósito de La Libélula Dorada de realizar un vuelo apenas experimental e intrascendente, se ha convertido con los años en una coherente propuesta dramatúrgica y escénica”, proponiendo un algo “ revolucionario” dentro del teatro que el que sólo quiere regirse por la lógica; lo que parecía racional”, en efecto se convierte en manos de estos titiriteros fantásticos en “irracional”, lo “verosímil” en “absurdo”.


Nosotros sentimos que La Libélula Dorada se aproxima, aunque no explícitamente y sin los discursos moralizantes del teatro de títeres tradicional, a la realidad, como un hecho mutable e inasible, y que sólo puede relacionarse con los espíritus libres, con aquellos dispuestos a jugar el juego de las múltiples opciones de la vida cambiante, volátil y sin formulas para la felicidad. De aquí que está opción por el juego y el teatro, por los muñecos y la dramaturgia del teatro del teatro de títeres aparezca como una opción refrescante, paradojal. “La fantasía es para nosotros una obsesión – han dicho César e Iván Darío Álvarez - . Empezando porque la vida es un hecho fantástico, una pregunta llena de misterios”. Fantasía, realidad, poética del espectáculo, y una constante obsesión por consolidar un discurso que trascienda convenciones y esquemas, son los signos que recorren la obra de unos hacedores de sonrisas cómplices, que convocan al anarquista que todos llevamos dentro.

El Festival de Teatro de Manizales, en su versión número treinta y ocho, hará un homenaje a estos siempre jóvenes y sabios anarcos titiriteros y a sus muñecos, como una forma de asumir que las fronteras de las artes escénicas se han desdibujado y que los títeres ya no son el hermano menor del teatro y de la mano de “Un pobre pelagato mal llamado Fortunato”, se encontrarán con un público que siempre está a la espera de los navegantes de la contracorriente. Desde Acracia, la sonrisa de los niños, habitantes de ese país, acompañan el gesto de los abrazos que se repiten entre el humor y el amor de Iván Darío y César Álvarez, poetas constructores de universos y paradojas, en el país de nunca acabar.


Texto publicado en la revista española de teatro.... y posteriormente leído en el homenaje a La Libélula en sus treinta años y realizado en El Festival de teatro de Manizales.

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