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Nuevas formas de diversión en Santa Fe de Bogotá

El grito de la independencia marca desde luego un giro radical en los países americanos ahora liberados. Lógicamente, emanciparse de la dependencia española implicó conmoción general en todos los aspectos de la vida, significaba pues un renacimiento; la creación de la República y la constitución de un Estado Soberano implicó también cambios radicales en las formas de producción y de organización social, cambios que sin duda irradiaban la vida cotidiana de sus habitantes.


Entre pugnas políticas, nuevas formas de lucha por el ejercicio del poder y batallas sucesivas el país estrenaba su autonomía y se enrumbaba hacia la búsqueda de sí mismo intentando las nuevas pinceladas para dibujar su identidad nacional y cultural. Pero si inaugurar una economía diferente y crear leyes que rigieran y abarcaran tantos cambios fue una tarea difícil, no fue menos complicado recrear la cultura, pues esto implica (implicaba?) replantear la concepción del mundo y la relación entre los hombres, es decir, crear y sobretodo vivenciar un nuevo concepto de cultura, que debería ser suficientemente basto para que pudiera abarcar todo lo que éramos y lo que somos: incomparables mestizos, seres diversos y particulares, y quizás por ello mucho más complejos y universales. Encontrar por fin nuestra propia imagen frente al espejo, nos condujo a la permanente experimentación, al constante emprender y equivocarnos, a adoptar nuevas formas y a adaptarnos a ellas con todo nuestro pasado. La conjunción y la lucha entre lo nuevo y lo tradicional, marcó entonces todas las cosas de la vida.


LAS FIESTAS PATRIAS


Con la independencia cambiaron y a la vez se conservaron las formas de distracción de los habitantes de la República. Las fiestas oficiales que anteriormente se celebraban más por formalidad que por sentimiento y que tenían que ver con los grandes acontecimientos de la península, fueron reemplazadas por eufóricas celebraciones patrióticas el 20 de Julio y el 7 de Agosto.


Aunque el motivo de celebración era radicalmente diferente, en ellas, se conservaban los diferentes componentes de las fiestas coloniales de antaño: no podía faltar la misa solemne, la pólvora y mucho menos los toros. Sin embargo surgieron eventos completamente nuevos, como en algunas ocasiones los convites populares financiados por el gobierno, los bailes en el Coliseo -bastante elitistas por cierto-, que posteriormente originaron los bailes de máscaras y las representaciones teatrales, esta vez con temas seculares que podían ser bien, adaptaciones de piezas extranjeras como el caso de la representación de Otelo, de Shakespeare, en el teatro Coliseo para la fiesta del 7 de Agosto de 1.821 o bien las piezas alusivas a grandes episodios nacionales como para celebrar la fiesta del 20 de Julio de 1.826, con la representación de la Pola.


A propósito de la representación de esta obra sucedió una graciosa anécdota en la que queda manifiesta en la relación público espectáculo, toda la euforia de la época frente a los acontecimientos patrios: "Llegó el momento en que Policarpa Salavarrieta fue sentenciada a muerte por los esbirros del Virrey y conducida al patíbulo, en ese momento estalló la contenida compostura de la audiencia que lanzaba toda clase de improperios contra los tiranos y exigían la conmutación de la pena capital a Policarpa. En vano trataron el director escénico y los actores de aplacar las iras del público y explicar que se trataba de una ficción dramática. El público iracundo amenazaba con subir al escenario a liberar a la Pola. Los actores tomaron la prudente decisión de suspender el fusilamiento y volver a conducir a la heroína a la cárcel. A continuación un actor entra al escenario para informar al público que el fusilamiento ya no se realizaría, este piadoso anuncio consiguió que los patrióticos espectadores no le perdonaran el crimen que había estado a punto de cometerse. El primer impacto que recibió fue un trozo de panela en el ojo izquierdo al cual le siguieron muchos más proyectiles de muy variada dureza”.[1]


EL TEATRO COLISEO


Imagen del Teatro Colón de Bogotá

El Teatro Coliseo (hoy Teatro Colón) que se empezó a construir en 1.792 por iniciativa de Don Tomás Ramírez y que contó con el apoyo del progresista Virrey Ezpeleta, fue además el lugar privilegiado para los más elegantes bailes santafereños, los cuales constituyeron otra de las más importantes y frecuentes distracciones de las clases altas durante la República. Ya en 1.794 una vez terminado el teatro se inició en él la modalidad del baile de máscaras que posteriormente tuvo gran auge durante la República, a ellos asistía la flor y nata de Santa Fe de Bogotá, ataviada con vistosas máscaras de inspiración europea, para divertirse hasta el amanecer. Pese al riguroso reglamento que regía estos bailes y que fue elaborado por el director del Teatro, tras las máscaras se ocultaban muy bien las rencillas políticas y también los amores clandestinos; tras ellas se libraban esas pequeñas guerras de sátiras y burlas entre quienes las portaban; el anonimato por ellas propiciado llegó incluso a esconder muy bien la comisión del delito: no olvidemos que fue en uno de estos bailes celebrado en el Coliseo en homenaje al Libertador en que estuvo a punto de atentarse contra su vida. Bolívar fue hábilmente salvado por Manuelita, quien violando el reglamento se disfrazó de hombre (húsar) y logró así impedir la consumación del homicidio.


Es importante decir que fue la creación del teatro Coliseo como "espacio teatral" la que propició un gran auge de esta actividad en Santa Fe de 8ogotá. Su existencia favoreció el florecimiento de una dramaturgia nacional de la cual don Luis Vargas Tejada fue uno de sus más prolíficos representantes, con obras como la ya mencionada "Las Convulsiones", "El Aquiminzaque", "Catón de Utica", "Sugamuxi" y otras. Otro importante autor nacional de este género en la época, fue José María Samper, creador de la obra "Un alcalde a la antigua". Igualmente se crearon compañías nacionales que encontraron en el Coliseo su más preciado escenario, tales como la de Lorenzo María Lleras, cuyos integrantes no dudaron en entregarse del todo a su nueva profesión de actores aunque la sociedad de manera peyorativa les llamara "cómicos". Por otra parte el hecho de que Bogotá contase con un escenario como éste permitió el paso por esta ciudad de compañías extranjeras de Opera y Zarzuela, dentro de las cuales fue muy trascendente la de Francisco Villalca quien hizo aquí varias temporadas e incluso llegó a realizar varios de sus montajes.

En el año 1.840 el Teatro Coliseo es comprado por una acaudalada y distinguida familia y a partir de entonces se llamará El Teatro Maldonado, nombre que volverá a cambiar en 1.895 para convertirse en el actual Teatro Colón, que contrasta con el carácter popular del Teatro Municipal, (ubicado en los actuales jardines del Palacio de Nariño y destruido después del Bogotazo) construido ya a finales del siglo (1.890) en el que en la época se solían presentar espectáculos considerados frívolos y ligeros.


OTROS ESPECTÁCULOS


A partir de la segunda mitad del siglo XIX, goza Santa Fe de los más variados espectáculos según lo atestiguan varios periódicos capitalinos de la época, entre ellos, Teatro de variedades, circos, acróbatas, maromeros y mimos. "...Haremos mención de la compañía mimoplástica de Keller, polaco, con la cual sorprendió y divirtió a Bogotá en el año 1.863 (...) los cuadros causaron verdadera admiración no sólo por la completa semejanza con los originales cuanto porque los iluminaba con la combustión del magnesio que produce los efectos de la luz eléctrica (...) las funciones se amenizaban con baile y pantomima que dejaba en los concurrentes grandes impresiones. Y como el espectáculo era fácil en su preparación porque los personajes eran mudos, pronto se aclimató en nuestra sociedad hasta ponerse de moda; rara fue la casa en donde no se dieron cuadros mimoplásticos, en que servían los factores bellas señoritas formándose así núcleos de agradables reuniones de familia".[2]


José María Ponce de León, compositor colombiano

Parece ser que en este abanico de posibilidades que ofrecieron las compañías extranjeras, también llegaron TÍTERES, dado el comentario que se encontró en el periódico El Amolador del día 23 de abril de 1.880, donde en un artículo firmado por el Amolat, en torno a los raros gustos bogotanos escribe: "...Llega una magnífica compañía lírica compuesta de artistas que en otros lugares ha recogido aplausos y encomios: la noche del debut (...) un mal aire descompone la voz de la prima donna, y la lluvia de silbidos que le cae encima a la infeliz, es peor que los abundantísimos aguaceros que han caído en estos días (...) Por el contrario llega una COMPAÑIA DE TÍTERES, sí hay quien le haga una gran comisión de aplausos, en los periódicos y en los hoteles la tal compañía llega a los cuernos de la luna, y lo que es peor, se lleva nuestros cuartillos".[3] Pero desafortunadamente aparte de este comentario, no se pudo encontrar ninguna evidencia de estos espectáculos.



Pese a tanta variedad, la ópera y la zarzuela fueron en general los géneros líricos más apetecidos y asimilados por el público bogotano; se pudieron apreciar aquí compañías italianas de las más heterogéneas calidades, se escucharon los más contrastados tonos de barítonos y sopranos, como la famosa Emilia Benic, de origen austríaco, quien decidió radicarse en el país; más tarde sería su voz la que diera realce a la ópera nacional Florinda, obra de uno de nuestros más grandes músicos: José María Ponce de León.

[1] Fundación Misión Colombia. Historia de Bogotá, Tomo IV. Op. Cit.


[2] Cordovez Moure. "Espectáculos Públicos" en Materiales para una Historia del Teatro en Colombia.


[3] Periódico El Amolador. Abri1 23 de 1.880.

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